Emilio Serrano

EXPOSICIÓN EN GALERÍA RAMÓN DURÁN

Madrid, del 24 de Mayo al 24 de Junio de 1977

Comentarios de Luis Martín Rebollo

Cuando Emilio Serrano me pidió unas palabras que sirvieran de pórtico para el Catálogo de su nueva exposición, mi primera reacción fue decirle que no, que buscara un crítico de arte, un especialista, un entendido y no un hombre ajeno al mundo de la pintura, que le gusta, sí, su obra pero no tiene el utillaje crítico necesario para explicitarla ante el público y que procede de un mundo mucho más formalista y alejado como es el del Derecho. Él insistió diciendo que lo importante era justamente que me llegara, que entendiera un poco intuitivamente su pintura, que esa voz no experta era la que le interesaba oir como exponente, quizá, de esas otras miradas anónimas  y ajenas que también van a contemplar la exposición. Eso fue lo que me convenció y arrinconó mi primitivo retraimiento. Inmediatamente recordé versos de Blas de Otero que me parece vienen muy bien a cuento a propósito de lo que se intuye en las palabras anteriores y a propósito también de la idea que me parece late en la pintura de Emilio Serrano, en cuanto la pintura también es poesía. El poema se titula “Cantar de amigo” y los versos que a mí me interesa destacar son estos:  “Quiero escribir de día. / De cara al hombre de la calle, / y qué / terrible si no se parase. / Quiero escribir de día. / De cara al hombre que no sabe / leer / y ver que no escribo en balde”.

Quiero pintar de día... La pintura de Emilio Serrano, en lo que se me alcanza, se mueve más o menos en estas coordenadas ideológicas que expresan toda la grandeza y la miseria de las artes, las plásticas entre ellas, en cuanto se trata de engarzar con la vida en toda su complejidad, a la búsqueda permanente de nuevas formas y expresiones que no son jamás perfectas sino que evolucionan, como él mismo lo ha hecho desde sus épocas anteriores, tendiendo a constreñir la vida en las estrechas dimensiones de un lienzo e incluyendo allí el pasado, el presente y el futuro. Es decir el tiempo. Es decir, el movimiento. Yo creo quer esto se plasma muy bien en la muestra que hoy expone donde con una técnica muy depurada los personajes se interactivan entre sí, admiten diferentes “lecturas”, diversas visiones, evocan el pasado pero también una cierta emergencia histórica de futuro, un continuo ir y venir del personaje clásico al hombre de hoy que se manifiesta, además, en el paisaje, en esos bellísimos paisajes cordobeses que le son tan familiares y que tanto ha cuidado como fondos, que también están vivos, presentes, acuciantes.

Dialogo

Diálogo

En este sentido, la pintura de este cordobés enamorado de su tierra es una pintura didáctica. Pero también una pintura que, sin dejar de ser universal, se engarza y enraiza tremendamente con los problemas de su tierra en cuanto toda su obra se inspira claramente en la problemática andaluza que hoy contempla con distanciamiento crítico, el distanciamiento  del analista, pero también distanciamiento del emigrante que es Emilio Serrano, que vive en Barcelona como miles de otros cordobeses.

Poema a Córdoba

Poema a Córdoba.  1975    Óleo sobre tabla

Una pintura, un lenguaje, de crítica social, incluso política, que utiliza el realismo, sí, pero un realismo distorsionado, un algo mágico y hasta monstruoso, un mucho inquietante, provocador, lascivo, que con fisonomía propia y creciente madurez se inscribe en la línea de lo que inició en su día el Equipo 57, de un Cortijo, o, sobre todo, en la de uno de sus grandes admirados de hoy, Antonio López, pero que enraíza también con una mirada hacia los clásicos a los que utiliza y recrea y de los que toma el oficio, la búsqueda del trabajo perfecto, minucioso, hondo, que va haciendo nacer el cuadro lentamente, con

El niño de azul

El niño de azul.  1975    Óleo sobre tabla

dificultad pero con fuerza viva... Pintura social. Realismo. Pero no hay moraleja. He aquí otra dimensión de los cuadros aquí expuestos. No hay interpretación unívoca, unilateralmente simbólica, superficial. Hay varias “lecturas” posibles, ya lo he dicho, a diferentes niveles, a diversas profundidades, que enriquecen el cuadro y le dan vida propia en medio de su soledad de formas y colores.

Emilio Serrano es un pintor de niños y ancianos. De seres desvalidos, solitarios, reales, que nos miran atónitos, burlescos, cómplices de un espacio que integran en cada detalle de cada cuadro, en el espacio físico que cada elemento ocupa, en lo que a cada uno le corresponde  de mito o de tragedia de una Andalucía que es también una visión de España: la religión -ese San Rafael cordobés tan clásico, dominador del cuadro, junto a la niña inerte, resignada, cruzada literalmente de brazos-, la primavera, las flores, el sexo, la miseria, la cotidianidad -ese vaso de leche bebido a grandes sorbos, ese cementerio lejano, ese río que pasa atravesando ausencias-, y el tiempo continuamente presente, como un túnel, como ese túnel de tiempo y de futuro, de esperanza, que aparece entre dos niños, entre dos realidades distantes que se entrecruzan dando visiones diferentes según a quién se observe. Niños de hoy e infantes del pasado, viejas que nos obsequian la tristeza de tanto mirar en vano junto a damas de antaño que devienen extraños personajes cuando se superponen sus ojos...

Una pintura, en definitiva, con una enorme fuerza expresiva, al menos para mí, para el hombre que no sabe pintar, ni hacer una crítica de arte pero que no mira en balde, porque, volviendo al poema de Blas de Otero, Emilio Serrano es un poeta, un pintor que quiere pintar de cara al hombre de la calle ante el que no podrá decir eso de “Qué terrible si no se parase”. Una pintura de hoy que engarza con el pasado y el futuro en su policromía porque, como bien dijera otro andaluz universal, don Antonio Machado, “está el ayer alerto / al mañana al infinito, / hombre de España: ni el pasado ha muerto, / ni está el mañana -ni el ayer- escrito”...

Luis Martín Rebollo

Soledad

Soledad

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